La historia del árbol de Navidad comenzó en el estado alemán de Niedersachsen (Baja Sajonia). Ahí vivía una comunidad de no creyentes que aprovechaban el invierno para rendir tributo al dios del trueno, Thor. Por lograr esto, los habitantes seleccionaban a un pequeño niño y lo ofrecían en sacrificio en un árbol al que consideraban sagrado: ‘El Roble del Trueno’. En la víspera de Navidad del año 723 d.C., Bonifacio de Magnuncia, enviado de la Iglesia Católica para evangelizar la región de Geismar, decidió interrumpir el acto y salvar la vida del menor.
El origen de los adornos que se colocan en el árbol de Navidad también proviene de las acciones de San Bonifacio, pues poco después de cortar el roble sagrado de la comunidad pagana de Baja Sajonia, adornó el abeto en su lugar con elementos que recordaban a las historias de la Biblia: manzanas para simbolizar el pecado original cometido por Adán y Eva; velas, que encendidas referían a la gracia de Dios e incluso representaciones de ángeles. Para cerciorarse que la comunidad había olvidado los sacrificios humanos, representantes de la Iglesia regresaban cada invierno a revisar el árbol y adornarlo.
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