Antes de su desfiguración (amputación de la mitad distal de su nariz), la señora Dover, que vivía con una de sus hijas casadas, había sido una mujer independiente, cálida y amigable, que disfrutaba de viajar ir de compras y visitar a sus numerosos parientes. Sin embargo, la desfiguración de su rostro altero su modo de vida. En los primeros dos o tres años salía muy poco del hogar de su hija, prefiriendo quedarse en su cuarto o sentarse en el jardín de atrás.
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