“Cierra los ojos y piensa en la Viviana de 16 años”. 

Honestamente, estos ejercicios no me gustan. A veces, no tengo muchas palabras ni imaginación y solo me causan ansiedad por no saber  qué decir. Aún así, lo intenté. Luego de algunas frases que dije por decir, la consejera preguntó : “¿Qué ves a tu alrededor?”. Entonces me di cuenta: Solo me veía a mí. Estaba sola y parecía escondida. Lloré.

Mi mamá dice que de niña era una cuentista. Jugaba a ser mamá, tenía un esposo pediatra, cuatro hijos y una tía abuela ciega que los cuidaba. Hoy en día nadie me describiría como cuentista, pero bajo el radar de la consciencia, hago todo tipo de cuentos.  Reflexiono en mi vida, analizo los eventos y formulo líneas argumentativas sobre quién soy, cómo voy, qué tengo, qué me falta, y qué significa lo que pasa a mi alrededor. Curt Thompson, en su libro, The Soul of Shame, explica que, en este sentido, todos somos cuentistas. Sin embargo, sostiene que, para bien o para mal, no somos los únicos narradores en nuestro  cuento, sino que también integramos información que otros dicen o que imaginamos.

Aquel día en la oficina de la consejera, lloré porque recordé el cuento que años atrás en sonaba en mi mente: el fracaso de una relación, la sensación de no ser sufientemente talentosa, la imposibilidad de agradar a todos, el cansancio irremediable, y todo lo que a mi alrededor me gritaba No. Eres. Suficiente.  Esto es, la vergüenza estaba dominando mi historia. La Viviana de 27 ya estaba aprendiendo a identificarla.

Según la tesis de Thompson, el rol de la vergüenza es infectar como un virus cada elemento de nuestra mente con el fin de distorcionar la historia de Dios y lo que Él dice de nosotros. La vergüenza es un fenómeno neuropsicológico que nos advierte de un posible abandono o que algún tipo de conexión o relación esta siendo amenazada. En contraste con la culpa, esta ha sido descrita como un sentimiento muy asociado con el sentido de identidad de una persona. Por ejemplo, es algo que siento porque pienso que soy malo, no porque hice algo malo.  La verguenza es un virus desintegrador porque nuestra respuesta, por lo general, es escondernos, separarnos y desconectarnos de otros.

Lo que he estado aprendiendo, lentamente, es que el remedio para esa desesperante y triste sensación de verguenza es la vulnerabilidad.

Muchos ‘momentos claves’ en mi vida de cristiana, han ocurrido como producto de periodicamene orar con un grupo y sincerarme sobre como va mi vida, sentarme en una oficina de consejería o compartir intencionalmente con un amigo y explicarle qué me está quitando el sueño, incluyendo aquellas cosas que me avergüenzan como mi necesidad de aprobación o mi ansiedad en el trabajo. Lo que he estado aprendiendo, lentamente, es que el remedio para esa desesperante y triste sensación de verguenza es la vulnerabilidad. Hacerme intencionalmente vulnerable es el camino que debo  recorrer para profundizar mi conexión con Dios, con otros y conmigo misma. Invitar a otros a conocer los cuentos que me estoy diciendo a mi misma y a los narradores externos ques estoy escuchando para ayudarme a reconstruir mi historia con la verdad, me está sanando. Tim Keller, en su libro El Significado del Matrimonio resume muy bien el por qué de esto:

 El ser conocido y no ser amado es nuestro mayor temor. Ser plenamente conocido y ser verdaderamente amado es, por increíble que pueda parecer, muy parecido a ser amado por Dios. Es lo que necesitamos por encima de todo en esta vida; lo que nos libera de toda falsa pretensión, lo que nos enseña a ser humildes y a renunciar a nuestra falsa autosuficiencia, y lo que nos prepara para hacer frente a las dificultades.

La consejera siguió insistiendo en el ejercicio y entonces dirigió mi atención a la Viviana de 27. “Y ahora, ¿cómo es esta diferente?” Sonreí. Esta Viviana ya no estaba sola.