Dios te bendiga de manera especial. Este es el día que el Señor ha hecho, nos alegraremos y gozaremos en su presencia. Continuamos reflexionando sobre las conversaciones privadas de Jesús. Esas enseñanzas que se reciben no desde la predicación, sino desde la conversación. En esta ocasión nos vamos a referir a una invitación que recibe Jesús para ir a la casa de Simón el fariseo. Está registrado en Lucas capítulo siete versículo treinta y seis al cuarenta. Dice la escritura que un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a comer en su casa, Jesús aceptó y se sentó a la mesa. Lo primero que me pregunto es ¿cómo es que a Jesús lo invitan a casa de un fariseo?. Me parece que el mensaje que Jesús predicaba acerca de que la gente sana no necesitan médico, sino los enfermos, estaba calando profundamente en la estrata religiosa. Los fariseos no estaban de acuerdo con ese punto de vista. Eso de que "Dios ama a los pecadores" no estaba en su mensaje. Ellos pensaban que Dios se ocupaba solamente de los justos que guardaban la ley. Así que pensando en voz alta, quizás dijeron: "Jesús es un joven rabino. Aún está dando sus primeros pasos y posiblemente podemos corregirlo y llevarlo a templar su mensaje para que no nos afecte tanto". Es interesante amados porque cuando usted estudia la escena de cerca, la lee con detenimiento, se da cuenta que esta escena está llena de tensión debido a lo que no ocurre. Cuando Jesús entró a la casa se habían omitido todas las cortesías tradicionales. La hospitalidad es un valor muy arraigado en la cultura de su tiempo, así que lo mínimo que Jesús podía haber esperado: era un beso de bienvenida, un poco de agua para sus pies y algo de aceite para lavarse y ungirse. Nadie en aquella habitación habría pasado por alto aquella omisión. Jesús tenía el derecho de decir: "veo que no soy muy bienvenido aquí". Así que pudo haberse marchado lleno de indignación, pero esa no es la manera en que Jesús responde. ¿Qué está pasando en la casa de Simón?. Mire amado y amada del Señor... lo mismo que ocurre en muchos corazones, en mucha gente; quienes cegados por el propio entendimiento de las cosas, menosprecian y ridiculizan a Cristo, su mensaje y su misión. Lo mismo que ocurre en muchos religiosos que interpretan la ley a su conveniencia y empoderados por su propia religiosidad, juzgan y condenan a otros sin misericordia. El texto habla acerca de una mujer que tenía mala vida. Cuando se entera de que Jesús estaba comiendo en la casa del fariseo, le lleva un frasco de alabastro con perfume en aceite. Y estando detrás de él a sus pies llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos y besaba sus pies y los ungía con el perfume. Esta mujer llega a Cristo creyendo, arrepentida y buscaba la oportunidad de darle gracias al Señor de forma visible. Con mucha probabilidad, ella se dio cuenta del desaire y de aquello que no hicieron los religiosos que estaban allí, así que parece que ella decide reivindicar. Es precioso lo que hace con sus propias lágrimas, decide lavarle sus pies y con sus cabellos; aún exponiéndose a la crítica abierta por causa de lo que eso significaba para una mujer como ella y aún para Jesús. Ella decide arriesgarse, ella toma una decisión. Ella decide agradecer al Señor el perdón recibido. Yo estoy segura que ella sabía que la misma presencia de Dios estaba presente delante de ella y por lo tanto, quería adorar. La mujer descubrió su cabello, lo cual no le estaba permitido. Posiblemente todos esperaban que Jesús se sintiera avergonzado, porque la mujer lo estaba tocando y sorprendido de que ella mostrará su cabello. Estoy segura que todos los presentes en aquella sala pensaban que él jugaría esos actos instintivamente y los calificaría de conducta inaceptable. Quizás pensaban que Jesús rechazaría aquella mujer. Una sola palabra de Simón y un siervo la habría expulsado de esa sala... El grupo de personas que estaba allí reunidas presenció con asombro cómo Jesús permitió que la escena continuará y acepto los gestos de esa mujer. Me imagino que ellos habrán pensado: "¿no tendría Jesús sentido de vergüenza?". La respuesta de Simón se recoge en el mismo texto, al ver esto Simón pensó: "Si de veras este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer de mala fama". Pero Jesús, le dice: "Simon, tengo algo que decirte". "Te escucho maestro" dijo él. Que el Señor nos ayude a entender.