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Podcast BD 08 – Breve historia de Doñana, con referencias a su nombre

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Released Tuesday, 16th May 2017
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La marisma de Doñana se puede definir como un territorio de llanura que se inunda de agua dulce durante los meses de invierno. En primavera, este humedal sirve como punto de encuentro de infinidad de aves acuáticas que las usan para alimentarse y criar, como por ejemplo, los flamencos (Phoenicopterus roseus).

La historia de Doñana, así como el por qué de su denominación y a quién debemos la misma, ha hecho correr ríos de tinta. Si a esto añadimos que cada palmo de las tierras que conforman el Coto de Doñana encierran en sí mismo una larga tradición de cacerías regias y otro sinfín de pleitos (también de carácter real y/o nobiliario), la historia de este singular paraje se antoja cuanto menos fascinante y apasionante. Si me acompañan en esta nueva entrega de los podcasts de Drosophila, vamos a hacer un viaje a lo largo y ancho de la historia del ecosistema de las marismas del Guadalquivir. Hemos titulado esta entrega radiofónica “Breve historia de Doñana, con referencias a su nombre”.

Parece que las primeras páginas reales que se escriben dentro de los límites del Parque Nacional tienen como protagonista al rey sabio, quien en 1.255 otorga a la ciudad de Sevilla una parte de las extensas marismas del delta del Guadalquivir. A la postre sería el propio Alfonso X, en la fecha de 1.262, quien reconquista el reino de Niebla, ejerciendo desde su toma una contrastada influencia en toda la comarca al designar los terrenos de Las Rocinas como su parcela de caza. Sus famosas Crónicas, donde deja numerosas referencias a Doñana, recogen también la construcción de una ermita a la orilla de la laguna de Santa Olalla, de la que hoy lamentablemente no tenemos más constancia que la que este escrito ha dejado. En el año 1.294, Alfonso X lega estas tierras a su hijo segundo, Sancho IV, apodado el Bravo, quien donará una parte de su propiedad al entonces Duque de Medina Sidonia, el popularmente conocido como Guzmán el Bueno, como recompensa tras la heroica defensa de la ciudad de Tarifa frente a los constantes ataques realizados por las fuerzas musulmanas.

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Guzmán el Bueno arrojando su daga en el cerco de Tarifa, obra de Salvador Martínez Cubells que representa a Guzmán el Bueno, célebre defensor de la ciudad de Tarifa, arrojando su propio puñal para que los sitiadores dieran muerte con él a su propio hijo, motivo por el cual fue recompesado por el rey Sancho IV de Castilla con numerosas mercedes, como el Ducado de Medina Sidonia.

Poco cambia Doñana en los dos siglos posteriores, más allá de quienes gozan de sus paisajes y de la caza en unas tierras que, según palabras de Alfonso XI, el Justiciero: “Es llana, e ha siempre puercos”. En el año 1.493 ocurrirá algo de suma importancia para el devenir de Doñana, ya que los Reyes Católicos donan la Madre de las Marismas del Rocío a Esteban Pérez, secretario de Hacienda, siendo el hijo de este quien en fechas un poco más tardías las vende al Concejo de Almonte. Sin embargo, poco le duran al Concejo de Almonte estas tierras, puesto que en el año 1.535 vende la finca de Las Rocinas al VII Duque de Medina Sidonia (esposo de Doña Ana Gómez de Mendoza y Silva, hija de la popular princesa de Eboli), materializándose por medio de esta transacción un antiguo deseo de la noble familia, antaño propietaria de estas tierras.

Y es aquí donde llega el momento de esclarecer el por qué de designar con el nombre de Doñana a estas tierras marismeñas. La versión más contrastada y extendida nos dice que Doña Ana Gómez de Mendoza y Silva es el opuesto a su madre, prefiriendo el retiro, la meditación y la soledad al bullicioso mundo de la vida cortesana. Este sería el motivo por el que su amante esposo, el Duque de Medina Sidonia, adquiriría al Concejo de Almonte las tierras ubicadas frente a Sanlúcar de Barrameda, en la margen derecha del Guadalquivir. En este singular enclave rodeado de pinos y alcornoques se construye una casa-palacio a la que se retira Doña Ana, conociéndose tales instalaciones por los lugareños como “la Casa del Bosque”, pasando a denominarse a la postre como “El Coto de Doña Ana”, quedando finalmente como “Coto de Doñana” dada la economicidad y expresividad lingüística que caracteriza a los andaluces.

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El Palacio del Acebrón, hoy convertido en centro de visitantes que sirve de bienvenida a todo naturalista que se adentra a conocer Doñana, fue una de las numerosas casas-palacio que instaló la nobleza española en el enclave natural. Construido a mediados del s. XX por Luis Espinosa Fondevilla, dio cobijo al rey Alfonso XIII en cada una de sus jornadas de cacería en el Coto.

Frente a esta historia entorno al origen del nombre de Doñana, hay otra menos conocida aunque igual de documentada y fundamentada históricamente. Al asunto de esta cuestión, Vozmediano recoge en su libro titulado Doñana el testimonio de Castroviejo, exdirector de la Estación Biológica de Doñana, contando que: “Los pastos del Bosque o de las Rocinas eran arrendados por la Casa Ducal de Medina Sidonia cada tres, cinco o diez años. En 1.545 se firmó entre el VI Duque y algunos ganaderos, uno de ellos acomodado, llamado D. Sancho de Herrera, un contrato de herbaje, este D. Sancho estaba casado con Doña Ana de Mallarte, cuyo padre según parece era inglés. Esta Doña Ana iba con frecuencia al actual Coto por cuestiones relacionadas con la ganadería, y es muy probable que allí levantara alguna choza en la que vivir temporalmente. Bien sea debido a su continuada presencia en aquella zona, al hecho de que una mujer anduviese sola en tales parajes o por las razones que fuese, estos terrenos empezaron a conocerse como el Hato de Doña Ana. […] Doña Ana Gómez de Mendoza y Silva (hija de Ana de Mendoza y de la Cerda, la princesa de Eboli, y de D. Ruy Gómez de Silva) a quien, según parece, no gustaba nada la caza ni el campo, no fue al Hato de Doña Ana hasta 1.581, acompañando a su esposo, el VII Duque. Para entonces, […] el lugar se conocía ya con el nombre de Hato de Doña Ana, pero la de Mallarte”.

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Abel Chapman fue un cazador-naturalista británico que junto con su socio y amigo John Buck exploraron y describieron los paisajes y la vida silvestre de la Península Ibérica, inclusive Doñana.
Chapman realizó su primer viaje a España en 1.871, y tras la fascinación que le produjo lo que vio, repitió sus visitas con carácter anual. Junto a Buck, publicó dos obras que han quedado para la historia del movimiento naturalista en España: Wild Spain y Unexplored Spain.

Como ven, el nombre de Doñana es tan romántico como conflictivo en lo historiográfico. En lo que no cabe duda es que Doñana sigue siendo el cazadero real de los sucesivos monarcas españoles, teniendo especial trascendencia la visita en 1.624 de Felipe IV, con quien se intensifica la vida social de estas tierras. El propio Vozmediano recoge un extracto de la obra titulada Relación de la cacería dada en el Bosque de Doña Ana a Felipe IV por Don Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, VII Duque de Medina Sidonia, donde nos va a dar pormenorizados detalles de esta real a la par que costosísima visita. Así, los almuerzos y cenas en las nuevas dependencias reales debieron ser opíparos, pues el duque no descuidó detalle alguno en lo que a viandas se refería, ordenando que se llevase al Palacio de Doñana: “Ocho baules grandes de mantelería, y servilletas alimaniscas finas […] gran cantidad de vino de Lucena, y bastardo. Dozientos jamones de Rute, Aracena y Vizcaya. Cien tocinos. Quatrocientas arrobas de aceyte. Mil de agua del caño dorado de S. Lúcar […] Seyscientas arrobas de salmón, atum de ijada, y pescado. […] De la villa de Guelva, se embiaron quinientos barriles de escabeches de lenguados, ostias y bezugos, sin otros mil y novecientos que avian llevado de S. Lúcar de diferentes pescados regalados y sin 1.400 pastelones de lampreas, y gran número de empanadas que se fueron haciendo en el Bosque”. Para conservar tal cantidad de alimento “trayanse cada día seys cargas de nieve de Ronda, en 46 azemilas”. Finalmente, hay que decir que el destino jugó una mala pasada al duque de Medina Sidonia y no pudo participar de la fiesta, pues: “quiso Dios que a los diez de Febrero amaneciese tullido el Duque, sin movimiento en la pierna izquierda […] y escribió a su Magestad el estado de su salud, y el desconsuelo con que quedaba de no poder yr a besarle la mano, y con esta carta embió al Conde de Niebla su hijo […] y el Marqués de Ayamonte, su primo”.

Llegamos a finales del siglo XIX, allá por el año 1.883, Doñana y su marisma empiezan ya a despertar el interés de viajeros que se adentran en parajes ignotos. En este caso, se trataba de cazadores ingleses que se dedicaban a explotar la naturaleza en cruentas cacerías. Sin embargo, existieron otros que con afán coleccionista iban recolectando huevos y pieles de diferentes animales con los que engrosar los fabulosos museos británicos. De todos esos visitantes anglosajones, destacan Chapman y Buck, quienes, además de dedicar tiempo a la recolección de muestras, tuvieron la delicadeza de dejarnos su testimonio escrito y unos dibujos envidiables y muy ilustrativos de la fauna de Doñana, destacando de todas sus obras particularmente la titulada La España inexplorada.

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Desde el mismo momento que “Tono” Valverde conoció Doñana, supo que debía hacer todo lo posible para salvarla de las manos del hombre. En esa labor, tuvo a numerosos compañeros, entre los que se incluye el naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente.

Precisamente, debemos a los naturalistas que Doñana hoy día goce de la figura de Parque Nacional, cuando hace poco más de medio siglo existían intereses enfrentados pero que iban en una misma dirección: transformar el área de Doñana. Ya en el gobierno de la II República se pretendió dejar esta extensión de terreno para que las cabras pacieran a su antojo. Con la dictadura de Franco, el interés por Doñana se intensificó hasta tal punto que tres proyectos diferentes competían por llevarse el gato al agua. Por un lado existía la idea de desecar la marisma para hacer de ella un algodonal, objetivo que formaba parte del mismo Plan Nacional de Desecación por el que se acababa de reducir a un muñón la laguna de la Nava (Palencia) y se habían desecado dos paraísos como las lagunas de La Janda (Cádiz) y Antela (Orense); por otro lado se pretendía desarrollar la plantación de un eucaliptal, a fecha de hoy esto es una realidad y todo el perímetro de la Doñana onubense es un extenso eucaliptal que surte de pasta de celulosa a la industria papelera instalada en San Juan del Puerto; y en tercer término, se intentaba convertir el Coto en un campo de maniobras militares con el beneplácito del Ministerio del Ejército. Ajeno a estas disputas, Francisco Bernis invita a José Antonio Valverde (Tono para sus amigos; gran defensor de Doñana y artífice de su protección) a una expedición científico-conservacionista donde emprenden el estudio del Coto y realizan anillamiento de aves.

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Mapa topográfico de la Laguna de la Janda, obra de Francisco Coello, año 1.868.
La bibliografía nos dice que la Laguna de la Janda fue durante muchos años el humedal interior más extenso de Europa, hasta su desecación con fines agrícolas a mediados del siglo XX.

Tal fue la fascinación de Tono por el virginal paraje que consiguió movilizar una expedición inglesa capitaneada por Mountfort en 1.956. Un año después, con los medios necesarios a su disposición, consigue rodar películas y redactar artículos que desatan una inquietud internacional sobre el devenir que podría esperarle a una aún prácticamente desconocida Doñana si no se actuaba de inmediato. Durante 5 años se mantienen contactos periódicos con la WWF (World Wildlife Foundation o Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza), más concretamente con el apoyo desde Ginebra de Scott y Hoffman. De esta forma, Tono y su grupo, en el que se incluía el grandísimo divulgador Rodríguez de la Fuente, fueron creando conciencia ecológica (algo realmente difícil, pues en esas fechas tan sólo se conocen como sociedades conservacionistas en España la Sociedad Aranzadi de San Sebastián, de 1.948, y la Sociedad Española de Ornitología, creada en 1.953) y arrastrando consigo a toda la comunidad naturalista internacional.

Con todo este esfuerzo, en 1.961 nace la delegación española de la WWF y, en tan sólo dos años, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas adquiere, con la ayuda económica de la WWF las primeras 6.794 hectáreas de la Reserva Biológica de Doñana, germen de lo que en la actualidad conocemos como Parque Nacional. Finalmente, adquiere esta denominación en 1.969, más concretamente el 14 de agosto.

Hasta aquí el podcast de hoy de Boletín Drosophila. Como siempre les digo, sean felices y disfruten de la ciencia, sabiendo que nos tienen las 24 horas del día a su disposición en www.drosophila.es

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