La clara identificación del hombre con la bestia yace en el interior del Dr. Jekyll, eminente científico que ya no se conforma con la medicina tradicional. El alma humana parece estar escindida en dos mitades y seguramente la más atávica y primitiva debe prevalecer. Para alcanzar semejante conocimiento, Jekyll recurre a la química, que expresa orgánicamente la turbia pero real manifestación de lo salvaje a través de la célula. No hay catarsis, tan sólo un soplo repulsivo de auténtica ferocidad animal en el otro yo, representado por Hyde.
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