San Bernardo decía: «La murmuración es como una víbora que de una mordida hiere a tres personas: al que murmura, a aquel de quien se murmura, y al que se presta a oír».
Los evangélicos solemos clasificar los pecados que consideramos más graves; generalmente señalamos más los pecados de índole sexual o ciertas adicciones. Pero menospreciamos el daño que el chisme y la murmuración hacen y lo detestable que son ante los ojos de Dios tales prácticas.
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