Hoy quiero llevarlos en un viaje hacia uno de los temas más universales y, al mismo tiempo, más incomprendidos en las relaciones de pareja: las discusiones. Imagina una escena cotidiana. Estás en casa con tu pareja después de un largo día. Quizás estás cansado, o tal vez tu pareja ha tenido un día difícil, pero de la nada comienza una conversación que, poco a poco, se convierte en una discusión. Se eleva el tono de la voz, las emociones se intensifican y, de repente, ambos están en lados opuestos, defendiendo sus puntos de vista con uñas y dientes. Ahora imagina por un momento que en ese punto puedes poner todo en pausa, como si fuera una película, crees que podrás responder en ese mismo instante: ¿Por qué estás discutiendo realmente? ¿Es por lo que dijo tu pareja, o la forma en que lo dijo? O ¿es porque simplemente no estás escuchando lo que realmente quiere decir? Y eso ocasiono que se pusieran a la defensiva. Este escenario, aunque reducido es el día a día de las relaciones que viven de pelea en pelea y de conflicto en conflicto, y lo peor es que después de este escenario que ya de por sí es muy malo, sucede algo más grave aún, se reconcilian, y te puedes estar preguntando ¿Qué tiene de malo la reconciliación? Si más bien en ocasiones viene acompañada de un sexo espectacular, bueno, en este escenario del que hablamos hoy la verdad es absolutamente negativa, ya que lo que sucede es que nadie puede estar molesto todo el tiempo y cuando eventualmente las cosas se calman, se buscan porque bueno al fin y al cabo es tu pareja, y como es de esperar las cosas se calman, pero lo que origino el problema está allí, como un cáncer, esperando el momento para surgir de nuevo y repetir la historia sin fin. Y todo por no saber escuchar a tu pareja, y es precisamente lo que quiero conversar con ustedes el día de hoy.