Estamos a las puertas del verano y como todo lo que abrimos hay muchas otras cosas que necesitan ser cerradas. Es por eso, que junio es esa fragancia con notas fresquitas a sándalo y jazmín pero con un regusto amargo del quiero y no puedo, del visualizar playa, cambios de ritmo, agenda repleta de planes de colores y focalizarte en un presente de cierre de proyectos, de últimas reuniones bajo un aire acondicionado finlandés que trata de congelar el cansancio, el desgaste de esa rutina amarillenta, de los bolis bic desgastados, de los exasperantes exámenes de la EBAU, de organización de campamentos de verano… Y así cerrando, nos permitimos un momento para visualizar el verano, con las piscinas abiertas, con los chiringuitos de la playa, y por supuesto, con esos amores instantáneos que baratos, nos triplican la intensidad del corazón y nos enloquecen los sentidos, y es que todo con sal y sol sabe mejor… Y es curioso en este mes de junio que es un sí pero no todavía, llega a mis manos la vejez de distintas maneras.

Y esa vejez llega de la mano de dos escritores; Jorge Piñas Muñoz con su libro de El Escriba y Víctor Hugo que nos deleita con su Poniéndome viejo.

Una aventura donde las arrugas son un viaje al autoconocimiento, introspección y amor propio