Coco, el travieso
Desde que los traje, noté algo raro en Coco. Es un gatito negro con manchitas blancas. Muy simpático y con una mirada incisiva. Su hermano, más chico y más despeinado, sobre todo en el lomo, es gris, por eso lo llamé Grey. Me traje a los dos porque siempre estuvieron juntos, y no me pareció bien separarlos. Jugaban juntos, dormían juntos, comían juntos. En fin, como hermanitos que eran, hacían todo juntos.
Con dos cajas de zapatos y unas remeras viejas, les preparé camitas para los dos. El primer día recorrieron hasta el último rincón y sacaron a relucir la pelusa que mi escoba no había podido limpiar. Grey es más tranquilo, se deja acariciar fácilmente, pero Coco es muy inquieto, parece que tiene pilas nuevas. La primera noche durmieron juntos en un estante de mi biblioteca, como si supieran que me gustan tanto los libros.
Al día siguiente me llamaron la atención unas manchitas marrones en el piso. Los revisé: ninguno de los dos parecía tener ningún problema. Ni patas lastimadas ni marca visible.
Cuando aprendieron a subir a mi cama, decidieron que no se querían bajar más. Yo los bajaba y los retaba, pero a los dos minutos ya estaban de nuevo encima de mi almohada. Me cansé de retarlos, y los dejé que durmieran conmigo.
Al tenerlos tan cerca, los pude observar detenidamente. Coco es el que siempre persigue a Grey para jugar. Grey a veces se escapa, a veces deja que lo muerda. En un par de ocasiones lo echó con ese característico bufido de advertencia de los gatos. Pronto descubrí que Coco no bufa. Tal vez será que le faltan las alas. Ya no me quedan dudas: después de ver cómo muerde a Grey, entendí que Coco es un gato vampiro.
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