“Arrepiéntete”.  He tenido que aprender a usar esa palabra descubriendo lo incomoda que me resulta. Al leerla no puedo más que recordar la estampa de un predicador pentecostal mandando a la gente al infierno en un culto en la calle. Ese ministro malhumorado que busca embutir a otros creyentes con mandamientos bíblicos que no han guardado. Quizás como yo, te criaste asistiendo a iglesias pentecostales en un contexto latinoamericano y recuerdas esa celebración jactanciosa en el ambiente cuando alguien predicaba “las cosas como son” (decían) y ese miedo a ser uno de los implicados en el grito: “Arrepiente. O te vas a quemar en el infierno”.  Es inevitable escuchar esa frase sin sentirse amenazado. Pero qué tal si ese “arrepiéntete” de Jesús más que una amenaza es una invitación.

Quizás Jesús no está en el cielo diciéndonos: “yo lo hice y si tú no puedes hacerlo como yo, eres una porquería” “Me estoy hartando de este chorro de pecadores y un día de estos voy a barrer con fuego eso allí abajo”. Tal vez su actitud no sea la del bullying abusador que nos da un ultimátum, sino la del amante que nos hace una invitación. Tal vez ese “arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” es un “por favor, deja esa basura que te está enfermando y prueba esta mejor forma de hacerlo”. Tal vez el llamado al arrepentimiento es la forma en que Dios nos dice: “Tengo aguas mucho más profundas para ti, ven a nadar”.  Quizás ese clamor por el arrepentimiento sea la manera del maestro decirnos “Puedes seguir por ese camino, pero te va a traer tanto dolor.” “Hay una nueva vida aquí, si la quieres probar.” “Hay sanidad aquí, si la quieres tratar.” “¿No quieres probar este otro camino que preparé para ti?” “Yo se de tu vergüenza, conozca la culpa que sientes y se cuan desesperado estás.” “Sé que piensas que no hay solución, pero mi yugo es fácil, y mi carga es liviana. Yo te puedo curar.” Arrepiéntete.