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EL TÚNEL ERNESTO SÁBATO 5/6

EL TÚNEL ERNESTO SÁBATO 5/6

Released Thursday, 14th January 2021
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EL TÚNEL ERNESTO SÁBATO 5/6

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Thursday, 14th January 2021
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Después la mujer empezó a hablar de un quiromántico que había
conocido en Mar del Plata y de una señora vidente. Hunter hizo un chiste
y Mimí se enojó:
—Te imaginarás que tiene que ser algo serio —dijo—. El marido es
profesor en la facultad de ingeniería.
Siguieron discutiendo de telepatía y yo estaba desesperado porque
María no aparecía. Cuando los volví a atender, estaban hablando del
estatuto del peón.
—Lo que pasa —dictaminó Mimí, empuñando la boquilla como una
batuta— es que la gente no quiere trabajar más.
Hacia el final de ¡a conversación tuve una repentina iluminación que
me disipó la inexplicable tristeza: intuí que la tal Mimí había llegado a
último momento y que María no bajaba para no tener que soportar las
opiniones (que seguramente conocía hasta el cansancio) de Mimí y su
primo. Pero ahora que recuerdo, esta intuición no fue completamente
irracional sino la consecuencia de unas palabras que me había dicho el
chofer mientras íbamos a la estancia y en las que yo no puse al principio
ninguna atención; algo referente a una prima del señor que acababa de
llegar de Mar del Plata, para tomar el té. La cosa era clara: María,
desesperada por la llegada repentina de esa mujer, se había encerrado en
su dormitorio pretextando una indisposición; era evidente que no podía
soportar a semejantes personajes. Y el sentir que mi tristeza se disipaba
con esta deducción me iluminó bruscamente la causa de esa tristeza: al
llegar a la casa y ver que Hunter y Mimí eran unos hipócritas y unos
frívolos, la parte más superficial de mi alma se alegró, porque veía de ese
modo que no había competencia posible en Hunter; pero mi capa más
profunda se entristeció al pensar (mejor dicho, al sentir) que María formaba también parte de ese círculo y que, de alguna manera, podría tener
atributos parecidos.
XXV
CUANDO nos levantamos de la mesa para caminar por el parque, vi que
María se acercaba a nosotros, lo que confirmaba mi hipótesis: había
esperado ese momento para acercársenos, evitando la absurda
conversación en la mesa.
Cada vez que María se aproximaba a mí en medio de otras personas,
yo pensaba: "Entre este ser maravilloso y yo hay un vínculo secreto" y
luego, cuando analizaba mis sentimientos, advertía que ella había
empezado a serme indispensable (como alguien que uno encuentra en
una isla desierta) para convertirse más tarde, una vez que el temor de la
Ernesto Sábato 54
El tunel
soledad absoluta ha pasado, en una especie de lujo que me enorgullecía,
y era en esta segunda fase de mi amor en que habían empezado a surgir
mil dificultades; del mismo modo que cuando alguien se está muriendo de
hambre acepta cualquier cosa, incondicionalmente, para luego, una vez
que lo más urgente ha sido satisfecho, empezar a quejarse
crecientemente de sus defectos e inconvenientes. He visto en los últimos
años emigrados que llegaban con la humildad de quien ha escapado a los
campos de concentración, aceptar cualquier cosa para vivir y alegremente
desempeñar los trabajos más humillantes; pero es bastante extraño que a
un hombre no le baste con haber escapado a la tortura y a la muerte para
vivir contento: en cuanto empieza a adquirir nueva seguridad, el orgullo,
la vanidad y la soberbia, que al parecer habían sido aniquilados para
siempre, comienzan a reaparecer, como animales que hubieran huido
asustados; y en cierto modo a reaparecer con mayor petulancia, como
avergonzados de haber caído hasta ese punto. No es difícil que en tales
circunstancias se asista a actos de ingratitud y de desconocimiento.
Ahora que puedo analizar mis sentimientos con tranquilidad, pienso que hubo algo de eso
en mis relaciones con María y siento que, en cierto modo, estoy pagando la insensatez de
no haberme conformado con la parte de María que me salvó (momentáneamente) de la
soledad. Ese estremecimiento de orgullo, ese deseo creciente de posesión exclusiva
debían haberme revelado que iba por mal camino, aconsejado por la vanidad y la
soberbia.
En ese momento, al ver venir a María, ese orgulloso sentimiento estaba
casi abolido por una sensación de culpa y de vergüenza provocada por el
recuerdo de la atroz escena en mi taller, de mi estúpida, cruel y hasta
vulgar acusación de "engañar a un ciego". Sentí que mis piernas se
aflojaban y que el frío y la palidez invadían mi rostro. ¡Y encontrarme así,
en medio de esa gente! ¡Y no poder arrojarme humildemente para que me
perdonase y calmase el horror y el desprecio que sentía por mí mismo!
María, sin embargo, no pareció perder el dominio y yo comencé
inmediatamente a sentir que la vaga tristeza de esa tarde comenzaba a
poseerme de nuevo.
Me saludó con una expresión muy medida, como queriendo probar ante
los dos primos que entre nosotros no había más que una simple amistad.
Recordé, con un malestar de ridículo, una actitud que había tenido con
ella unos días antes. En uno de esos arrebatos de desesperación, le había
dicho que algún día quería, al atardecer, mirar, desde una colina, las
torres de San Gemignano. Me miró con fervor y me dijo: "¡Qué
maravilloso, Juan Pablo!" Pero cuando le propuse que nos escapásemos
esa misma noche, se espantó, su rostro se endureció y dijo,
sombríamente: "No tenemos derecho a pensar en nosotros solos. El
mundo es muy complicado." Le pregunté qué quería decir con eso. Me
respondió, con acento aún más sombrío: "La felicidad está rodeada de
dolor." La dejé bruscamente, sin saludarla. Más que nunca, sentí que
jamás llegaría a unirme con ella en forma total y que debía resignarme a
tener frágiles momentos de comunión, tan melancólicamente inasibles
como el recuerdo de ciertos sueños, o como la felicidad de algunos
pasajes musicales.
Ernesto Sábato 55
El tunel
Y ahora llegaba y controlaba cada movimiento, calculaba cada palabra,
cada gesto de su cara. ¡ Hasta era capaz de sonreír a esa otra mujer!
Me preguntó si había traído las manchas.
—¡ Qué manchas! —exclamé con rabia, sabiendo que malograba
alguna complicada maniobra, aunque fuera en favor nuestro.
—Las manchas que prometió mostrarme —insistió con tranquilidad
absoluta—. Las manchas del puerto.
La miré con odio, pero ella mantuvo serenamente mi mirada y, por un
décimo de segundo, sus ojos se hicieron blandos y parecieron decirme:
"Compadéceme de todo eso." ¡Querida, querida María! ¡Cómo sufrí por
ese instante de ruego y de humillación! La miré con ternura y le respondí:
—Claro que las traje. Las tengo en el dormitorio.
—Tengo mucha ansiedad por verlas —dijo, nuevamente con la frialdad
de antes.
—Podemos verlas ahora mismo —comenté adivinando su idea.
Temblé ante la posibilidad de que se nos uniera Mimí. Pero María la
conocía más que yo, de modo que añadió en seguida algunas palabras
que impedían cualquier intento de entrometimiento:
—Volvemos pronto —dijo.
Y apenas pronunciadas, me tomó del brazo con decisión y me condujo
hacia la casa. Observé fugazmente a los que quedaban y me pareció
advertir un relámpago intencionado en los ojos con que Mimí miró a
Hunter.
XXVI
PENSABA quedarme varios días en la estancia pero sólo pasé una noche. Al
día siguiente de mi llegada, apenas salió el sol, escapé a pie, con la valija
y la caja. Esta actitud puede parecer una locura, pero se verá hasta qué
punto estuvo justificada.
Apenas nos separamos de Hunter y Mimí, fuimos adentro, subimos a
buscar las presuntas manchas y finalmente bajamos con mi caja de
pintura y una carpeta de dibujos, destinada a simular las manchas. Este
truco fue ideado por María.
Los primos habían desaparecido, de todos modos. María comenzó
entonces a sentirse de excelente humor, y cuando caminamos a través del
parque, hacia la costa, tenía verdadero entusiasmo. Era una mujer
diferente de la que yo había conocido hasta ese momento, en la tristeza
de la ciudad: más activa, más vital. Me pareció, también, que aparecía en
ella una sensualidad desconocida para mí, una sensualidad de los colores
y olores: se entusiasmaba extrañamente (extrañamente para mí, que
tengo una sensualidad introspectiva, casi de pura imaginación) con el
color de un tronco, de una hoja seca, de un bichito cualquiera, con la
Ernesto Sábato 56
El tunel
fragancia del eucalipto mezclada al olor del mar. Y lejos de producirme
alegría, me entristecía y desesperanzaba, porque intuía que esa forma de
María me era casi totalmente ajena y que, en cambio, de algún modo
debía pertenecer a Hunter o a algún otro.
La tristeza fue aumentando gradualmente; quizá también a causa del
rumor de las olas, que se hacía a cada instante más perceptible. Cuando
salimos del monte y apareció ante mis ojos el cielo de aquella costa, sentí
que esa tristeza era ineludible; era la misma de siempre ante la belleza, o
por lo menos ante cierto género de belleza. ¿Todos sienten así o es un defecto más de mi desgraciada condición?
Nos sentamos sobre las rocas y durante mucho tiempo estuvimos en
silencio, oyendo el furioso batir de las olas abajo, sintiendo en nuestros
rostros las partículas de espuma que a veces alcanzaban hasta lo alto del
acantilado. El cielo, tormentoso, me hizo recordar el del Tintoretto en el
salvamento del sarraceno.
—Cuántas veces —dijo María— soñé compartir con vos este mar y este
cielo.
Después de un tiempo, agregó:
—A veces me parece como si esta escena la hubiéramos vivido siempre
juntos. Cuando vi aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí que eras
como yo y que también buscabas ciegamente a alguien, una especie de
interlocutor mudo. Desde aquel día pensé constantemente en vos, te soñé
muchas veces acá, en este mismo lugar donde he pasado tantas horas de
mi vida. Un día hasta pensé en buscarte y confesártelo. Pero tuve miedo
de equivocarme, como me había equivocado una vez, y esperé que de
algún modo fueras vos el que buscara. Pero yo te ayudaba intensamente,
te llamaba cada noche, y llegué a estar tan segura de encontrarte que
cuando sucedió, al pie de aquel absurdo ascensor, quedé paralizada de
miedo y no pude decir nada más que una torpeza. Y cuando huiste,
dolorido por lo que creías una equivocación, yo corrí detrá

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Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a MaríaIribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que nose necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni porqué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, loque quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todotiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosasmalas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego,semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, mecaracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casipodría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque elpresente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantascalamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, quela memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdidomuseo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durantehoras, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en lasección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso dela raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gentemás limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismohaya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción.¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo queyo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad queese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo sequiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia yotras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar queahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad,liquidando a seis o siete tipos que conozco.Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesitademostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en uncampo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces loobligaron a comerse una rata, pero viva.No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré másadelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.

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