En 1848 Robert Schumann parecía el padre más feliz del mundo. Su Álbum para la juventud lo dedicó a sus tres hijas mayores: Marie, Elise y Julie.
Y está repleto de gratitud por los bosques y los campos ("Canción de primavera", "El pequeño paseante mañanero", "El campesino alegre de vuelta del trabajo", "Canción de la cosecha"), fascinación por lo lejano como puerta a la infancia encantada ("El extranjero", "Canción del marinero", "Marineros italianos", "Scheherezade oriental", "Canción del Norte"), felicidad familiar/navideña ("El sirviente Rupert", "Canción de San Silvestre" para fin de año), alusiones a Bach como ídolo familiar ("Pequeña fuga", "Coral figurado").
Schumann no rehúye la poética de lo triste, de la nostalgia, y evoca su infancia súper-literaria ("Mignon", "Redondilla"), o el encanto detenido ("Pequeño estudio") y sus desdichas tempranas como el suicidio de su hermana Emilie ("Primera pérdida", "Canción popular" triste). Recuerda a su amigo recién fallecido Félix Mendelssohn ("Recordatorio"). O en "Tiempo invernal II" evoca la melancolía agitada de su admirado Chopin.
También parece que retrata a sus tres hijas: la inclinación literaria de Marie en "Ecos del teatro"; la energía de Elise en "Jinete" y "Jinete salvaje"; la suave melancolía de Julie en la pieza nº30, sin título, que Brahms (que llegaría a enamorarse de Julie) citó en su Sonata para clarinete nº1.
Hay algo que Clara Schumann apuntará unos meses después sobre su esposo: "Los [violentos] acontecimientos externos despiertan en él sentimientos contrarios: sobre todas sus canciones flota un hálito de la más elevada paz, en cada nota yo adivino una primavera, una primavera sonriente como las flores húmedas".
Eso se respira en "Mayo, gentil mayo, bien pronto regresarás". Felices primaveras interiores, queridos-as,,,
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